Alexis Camhi

Durante el siglo XX la Guerra Fría enfrentó a las potencias Estados Unidos y Unión Soviética en una no tan frívola disputa por la conquista del espacio; quien llegara primero a orbitar la Tierra o a pisar la Luna implicaría una demostración de desarrollo tecnológico sin precedentes y, de paso, afianzaría el modelo que le vendían al mundo. Cada cual tuvo, por cierto, sus méritos.

 

Pero hoy, en el comienzo de la tercera década del siglo XXI, esa disputa está dada por dos enormes empresarios que luchan por patentes, contratos y tecnologías multimillonarias. Elon Musk y Jeff Bezos, los responsables de dos de las empresas más grandes de nuestro tiempo: Tesla y Amazon, compiten por el cetro.

Los empresarios comienzan a ingresar en otros ámbitos. Dado su enorme poder económico incursionan en terrenos donde, otrora, sólo la NASA podía entrar, pero esta entidad, al final gubernamental, ya no cuenta con los recursos que la Guerra Fría le otorgaba a manos llenas. La conquista espacial es ahora un asunto de multimillonarios estadounidenses, y está recién empezando. Bezos ofreció hace unos días 2.000 millones de dólares a la NASA, a cambio de que su empresa Blue Origin fabrique una nave para volver a la Luna. Sin embargo, la NASA ya otorgó a su rival un contrato de 2.900 millones de dólares para que SpaceX construya una nave espacial que lleve astronautas a la superficie lunar a partir del 2024.

El multimillonario y fundador de Amazon, Jeff Bezos, voló este martes 20 de julio al espacio en un exitoso vuelo tripulado a bordo de su nave New Shepard. En la documentada travesía, Bezos estuvo acompañado por su hermano Mark, la pionera de la carrera espacial Wally Funk (82) y el estudiante Oliver Daemen (18) que, respectivamente, volvieron a la Tierra siendo las personas de más edad y la más joven en viajar al espacio.

 

Estos empresarios no sólo desafían la gravedad, sino que expanden sus apuestas sobre el logro humano, lo que nos lleva a reflexionar en qué otros ámbitos, en distintos niveles donde los estados no alcanzan a llegar, la iniciativa privada puede hacer aportes sustantivos. Y la lista de necesidades es amplia: pandemia, emergencia climática, alimentación, educación, son áreas donde el rol activo creativo, innovador, empresarial puede contribuir con el desarrollo de soluciones que, en el agobio del cambio de paradigma que vivimos, nos suenan urgentes.

 

Tal vez es tiempo de que los empresarios chilenos miren con aún más atención su modelo de valor y evalúen de qué forma pueden colaborar con la sociedad -sin dejar de ser rentables- y así prevenir la obsolescencia.