Las personas se han vuelto más exigentes con las marcas, sobre todo las nuevas generaciones que han impuesto sus valores y están dando una nueva lectura a los negocios o servicios de que disponemos. El consumidor coherente es aquel ciudadano que consume según lo que piensa, de pronto el valor o el comportamiento ético tras una marca es más importante que el precio o las características del producto. Este concepto español se aplicó a la realidad chilena por ejemplo cuando muchas familias dejaron de consumir el papel higiénico de las marcas que estaban coludidas, y prefirieron otras aunque fueran de menor calidad. El prosumidor, nativo digital, es un activista de la compra y la recomendación, y hay que estar muy atento a sus valores y exigencias éticas.
Las empresas que no introducen cambios en su modelo de valor corren el riesgo de la obsolescencia.
De quedarse fuera de los intereses que los consumidores que hoy están expresando: deben ocuparse de desarrollar propósitos de bien superior, valores acordes a las necesidades de sustentabilidad, equidad, colaboración, tecnología y diversidad por nombrar algunos de los más importantes.
En estos valores están las claves. El mundo se ha vuelto impredecible, ya no sirve la forma antigua de predecir el futuro en base a la experiencia, las empresas para mantenerse al ritmo de estos tiempos y no envejecer mal deben observar los valores generacionales.
El desafío que les planteo y que quiero compartir con ustedes es crear y desarrollar negocios éticos, y al hacerlo no dejar de ser rentables.
No es nuevo decir que hay que estar atentos a las necesidades (exigencias) del mercado, preocuparnos por la demanda antes que del producto que ofrecemos, y esa demanda hoy está en un profundo cambio.
Es común que los empresarios se queden rezagados en su zona de confort, sobre todo si les está yendo bien, es habitual que el modelo de valor de las empresas sea el mismo –o muy parecido- al de hace varios años, la tendencia a conservar, a retardar la innovación es un rasgo característico del ser humano.
Pero el mundo está experimentando una transformación como hace mucho tiempo no se veía. El modelo parece desgastado, hay frustración, desidia, sensación de inequidad, se incuba la violencia, las nuevas generaciones salen a la calle y de pronto hay caos e ingobernabilidad, es la crisis de sentido.